El verano siempre se nos ha vendido como ese paréntesis mágico en el que dejamos el trabajo atrás, cambiamos la oficina por la playa y nos olvidamos de relojes, correos y reuniones. Pero seamos sinceras, ¿cuántas veces hemos respondido un WhatsApp del trabajo mientras esperábamos a que se hiciera la paella? ¿O hemos sentido el impulso de revisar el correo “solo por si acaso”? La desconexión digital es uno de esos grandes deseos contemporáneos que parece cada vez más difícil de alcanzar, aunque paradójicamente nunca habíamos tenido tantas herramientas a mano para conseguirla.

Marco Legal

La necesidad de desconectarnos no es nueva. De hecho, si nos remontamos unas décadas atrás, ya existía la preocupación por el exceso de trabajo. En 1919, por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo recomendaba la jornada de 8 horas diarias, y en los años 30 comenzaron a popularizarse las vacaciones pagadas en algunos países europeos. Pero el problema ahora es otro: aunque tengamos más derechos laborales que nunca, la frontera entre lo personal y lo laboral se ha difuminado con el móvil en el bolsillo. El teletrabajo, impulsado por la pandemia, no hizo sino acelerar este proceso: de repente el salón de casa era también oficina, y la mesa del jardín, despacho improvisado.

En España, existe ya un marco legal para protegernos de esa invasión constante de lo digital, la Ley Orgánica de Protección de Datos y Garantía de Derechos Digitales de 2018 reconoce el derecho a la desconexión digital, especialmente en el ámbito laboral. Es decir, en teoría, nadie debería exigirnos responder un correo a las once de la noche o un domingo por la tarde. Sin embargo, la práctica es algo distinta. Muchas personas, sobre todo en el sector social, sienten la presión moral de estar siempre disponibles, porque su trabajo se vincula a causas que no entienden de horarios. Y ahí está el dilema, ¿cómo cuidarnos sin dejar de cuidar?

¿Nos cuidamos?

La respuesta puede estar en un uso consciente de la tecnología. Sí, esa misma tecnología que nos engancha es también la que nos puede ayudar a desconectar. Existen aplicaciones como Forest, que gamifica la desconexión y de la que ya hemos hablado en el club digital (Si quieres verlo, pincha aquí). si no miras el móvil durante un rato, crece un árbol virtual, y con el tiempo puedes crear todo un bosque de momentos de calma. O Freedom, que bloquea páginas y apps para evitar caer en la tentación de “mirar un segundo las redes” que luego se convierten en media hora. Incluso plataformas como Calm o Headspace nos recuerdan, con un simple aviso, que es hora de respirar, meditar o dar un paseo. Herramientas que no sustituyen la voluntad, pero que funcionan como una especie de entrenador/a digital que nos anima a recuperar el control.

No se trata de demonizar la tecnología —sería absurdo hacerlo en un blog sobre cultura digital—, sino de reconciliarnos con ella. Igual que aprendimos a poner horarios a la televisión en los años 80 o a silenciar el teléfono fijo durante la siesta, ahora toca poner límites al móvil y al correo electrónico. Quizá no haga falta apagarlo todo ni desaparecer del mapa, pero sí aprender a elegir qué momentos son solo para nosotras y cuáles compartimos con el mundo online. Porque al final, como decía Umberto Eco, “quien no lee, a los 70 años habrá vivido una sola vida. Quien lee, habrá vivido 5000”. Tal vez podríamos parafrasearlo diciendo que quien no desconecta, aunque viva conectado, puede que nunca llegue a saborear del todo su propia vida.

Así que este verano, en lugar de competir por ver quién sube la mejor foto de las vacaciones, quizá podríamos retarnos a ver quién aguanta más tiempo sin mirar el móvil. El premio no será un bosque virtual ni un gráfico de productividad, sino algo mucho más valioso, la sensación de estar presentes en el aquí y el ahora. Y eso, al final, no lo da ninguna app, sino la decisión consciente de regalarse un respiro.

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