Seymour Papert no solo fue pionero en unir pedagogía y tecnología: fue también quien abrió la puerta al pensamiento computacional como una forma de aprender, crear y transformar. Inspirado por el constructivismo de Piaget, desarrolló el construccionismo, una teoría radicalmente inclusiva que defendía el aprendizaje desde la experiencia, el error y la exploración. En este post recorremos su legado, recuperamos sus ideas para el presente y reflexionamos sobre cómo pueden nutrir hoy los procesos educativos y tecnológicos en el Tercer Sector.

Cuando hablamos de pensamiento computacional, a menudo lo asociamos con aprender a programar, con lenguajes de código, con lógica matemática. Pero lo cierto es que esta idea, tal como la entendemos hoy, tiene raíces mucho más profundas y humanas. Una de esas raíces tiene nombre propio: Seymour Papert Si aún no lo conoces, este post es para ti. Y si ya te suena, tal vez te sorprenda lo vigente que sigue siendo su visión, especialmente para quienes creemos que la tecnología no debería servir para reproducir lo que ya existe, sino para imaginar lo que aún no hemos construido.

Papert fue muchas cosas, matemático, pedagogo, inventor del lenguaje de programación Logo, colaborador de Piaget, pionero del MIT Media Lab… pero, sobre todo, fue un pensador que dedicó su vida a explorar cómo las niñas y niños aprenden. Y no desde la teoría, sino desde la práctica. Desde el juego. Desde la curiosidad. Desde lo que él llamaba “aprender haciendo”. Para Papert, el ordenador no debía ser una herramienta de consumo pasivo de información, sino una extensión del pensamiento, un objeto con el que construir, explorar y equivocarse.

El construccionismo de Papert

Basándose en las ideas constructivistas de Piaget, este destacado científico computacional, desarrolló la teoría del «construccionismo». Ambos enfoques, el constructivismo de Piaget y el construccionismo de Papert, tienen como objetivo principal fomentar el aprendizaje activo y la construcción del conocimiento por parte de la persona estudiante.

En los años 70 y 80, cuando la mayoría de las personas adultas apenas empezaban a entender qué era un ordenador, Papert ya imaginaba entornos donde niñas y niños de 8 años podían usar la programación para contar historias, diseñar juegos o construir mundos. Creía que el pensamiento computacional era mucho más que saber usar un software: era una forma de desarrollar el razonamiento lógico, la creatividad y la capacidad de resolver problemas complejos en contextos reales.

Y lo más revolucionario de su propuesta no era tecnológico, era profundamente pedagógico. Papert no concebía el aprendizaje como un proceso lineal, impuesto desde fuera, sino como una experiencia personalizada y significativa, que parte del interés y del contexto de cada persona. Aprender a programar, en ese sentido, no era un fin, sino una excusa para pensar, para equivocarse, para construir juntos. Lo que hoy llamamos “maker”, él lo practicaba antes de que existiera el término.

Quizá por eso su pensamiento resuena tanto hoy en día, en un momento donde parece que todo se mide por competencias digitales y donde el riesgo es que aprendamos a usar tecnología sin preguntarnos para qué, con quién, al servicio de qué. En el Tercer Sector esto es especialmente importante. Porque no se trata solo de introducir herramientas nuevas, sino de cambiar la mirada. De pensar lo digital no como destino, sino como lenguaje, como entorno, como posibilidad.

Seymour Papert hablaba de “micromundos”, pequeños entornos de exploración donde las personas aprendían interactuando con problemas reales. Esa idea podría trasladarse perfectamente a un taller comunitario de robótica en un centro juvenil, a una propuesta de alfabetización digital para mayores con enfoque intergeneracional, o incluso a un proyecto de participación ciudadana en barrios con tecnología abierta. Lo importante no es el aparato, sino la experiencia de aprendizaje que se genera alrededor.

Hoy que tantas voces hablan de pensamiento computacional como si fuera algo exclusivo de ingenieras o informáticos, conviene recordar que Papert lo pensó como una herramienta para todas las personas. Porque pensar computacionalmente no es solo saber programar. Es saber descomponer un problema, buscar patrones, explorar soluciones creativas, construir desde el error y, sobre todo, hacerlo de forma colaborativa. Su enfoque no era elitista, era radicalmente inclusivo. De hecho, su preocupación principal era cómo acercar estas oportunidades a quienes no las tenían. Una visión que debería inspirar muchas de las políticas públicas y proyectos tecnológicos actuales.

En Club Digital creemos que recuperar a figuras como Papert no es mirar al pasado, sino abrir posibilidades de futuro. Su legado está en cada niña y niños que entiende que puede programar sin pedir permiso, en cada educador o educadora social que convierte un aula en un laboratorio de experimentación, en cada organización del Tercer Sector que se pregunta cómo puede usar la tecnología para empoderar en lugar de controlar.

Tal vez haya llegado el momento de dejar de formar usuarios digitales y empezar a formar pensadores/as críticos, constructores/as de soluciones, exploradores/as de mundos. Porque como decía Papert, el objetivo no es que la persona se adapte a la tecnología, sino que la tecnología se adapte a su forma de aprender, de crear y de cambiar su entorno.

¿Y si el pensamiento computacional no fuera una asignatura, sino una forma de estar en el mundo?

 

 

Imagen: Seymour Papert. Foto de Jean-François Gornet disponible en Wikimedia Commons bajo licencia CC BY-SA 2.0.

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