La noticia de La muerte de Raphaël Graven, conocido como Jean Pormanove, durante una emisión en directo en la plataforma Kick, no es un accidente aislado. Es síntoma. Síntoma de una cultura digital que ha normalizado la degradación humana como forma de entretenimiento. Y de una sociedad que, lejos de mirar hacia otro lado, paga por verla. Literalmente. Y, es el hecho que ha inspirado al Club Digital a no mirar hacia otro lado y a querer indagar qué hay detrás de todo esto.

Kick y el “todo vale” digital

Kick es una plataforma de streaming relativamente nueva, surgida como una alternativa “libre de censura” frente a Twitch o YouTube. https://kick.com/ Fundada en 2022, está financiada por Stake.com, una web de apuestas cripto, lo que ya da una pista sobre la falta de escrúpulos en cuanto al tipo de contenido que promueve. Desde su nacimiento, Kick ha buscado atraer a creadores/as expulsados o censurados en otras plataformas, y ha logrado posicionarse como un refugio para todo tipo de contenido extremo, desde apuestas hasta violencia.

De hecho, la home de la plataforma contiene un disclaimer de aviso de mayoría de edad para ver el contenido pero simplemente con aceptar te deja acceder. Ese es el criterio, saber hacer clic en un botón….

Kick, a priori, parece una plataforma en la que compartir vídeos y hacer directos jugando a videojuegos pero también, ese no filtro, se convierte en un catalizador de lo más oscuro del ser humano. Porque no se trata solo de dejar hacer. Se trata de cómo se incentiva un tipo de creación donde los límites éticos se borran, donde cada clic puede significar un paso más hacia la autodestrucción de alguien.

¿Hasta qué punto una plataforma es responsable de lo que se emite en ella? La ausencia de moderación no es neutralidad. Es una decisión política y empresarial que tiene consecuencias directas sobre las personas más vulnerables. El «todo vale» no es libertad, es abandono.

Pero volvamos con la noticia que inició este post. Jean Pormanove, nombre artístico de Raphaël Graven, no era un influencer al uso. Su contenido se basaba en retransmitir cómo era vejado, golpeado y humillado por otros hombres. No era ficción. No era una performance simbólica. Era violencia real retransmitida en directo. Durante doce días, su emisión no se detuvo. Nadie intervino. Su audiencia, lejos de denunciar la situación, la alentaba con comentarios, peticiones y donaciones. Su cuerpo sin vida fue detectado por los propios espectadores, cuando ya era demasiado tarde. Este hecho, aterrador en sí mismo, abre una pregunta, ¿qué ha fallado para que alguien muera en directo sin que nadie haga nada?

Detrás de este tipo de casos hay una realidad que va más allá de lo digital. La soledad, la falta de apoyo psicosocial, la precariedad, la necesidad de reconocimiento. Las redes se convierten en escenario de lo que no puede decirse en otros espacios.

En España también sucede…

Seguramente ya hayamos oído hablar de Simón Pérez y Silvia Charro. Ambos fueron protagonistas de un vídeo viral en 2017, cuando, bajo los efectos de la cocaína, grabaron un vídeo para Periodista Digital sobre las hipotecas fijas. Aquella escena surrealista marcó el inicio de su caída pública. Desde entonces, su vida se convirtió en una suerte de reality decadente, alimentado por los retazos de fama digital que les quedaban.

En Kick encontraron un espacio para continuar su espectáculo de autodestrucción: retos humillantes, consumo de sustancias en directo, autolesiones y contenidos degradantes. Todo, a cambio de la atención de una audiencia que pagaba por ver hasta dónde eran capaces de llegar. Incluso un programa de televisión se interesó por el caso y, aunque, también tiene su gran punto de sensacionalismo, si no conoces el caso, te animamos a verlo: https://www.lasexta.com/programas/equipo-investigacion/dieron-80-euros-raparme-cejas-das-50-hago-ahora-simon-perez-habla-negocio-humillacion-que-protagoniza-internet_2025100368e033e96c793a7e698e0247.html

Para los/as fans de Black Mirror, la serie de ciencia ficción de Netflix, el capítulo 7 de la última temporada parece no ser tan descabellado: https://en.wikipedia.org/wiki/Common_People_(Black_Mirror)

Sin audiencia, no hay espectáculo. Y sin espectadores activos, el contenido no genera ingresos. El caso Pormanove y el canal de Charro y Pérez no habrían existido sin la participación activa de miles de usuarios/as. Usuarios/as que no solo miran, sino que comentan, donan, exigen y que piden retos cada vez más extremos.

En el Club Digital nos empieza a preocupar, mucho, que se dé la espectacularización del sufrimiento como forma de ocio. Y es que el consumo de estos contenidos se ha normalizado entre adolescentes, se ha convertido en meme, en cultura pop oscura. Y eso tiene consecuencias, desensibilización ante la violencia, banalización del sufrimiento, indiferencia ante el dolor ajeno.

La pobreza como detonante invisible

Detrás de estos relatos hay otra constante menos visible pero igual de relevante o más para nuestro sector, la pobreza. No siempre económica, aunque también. Hablamos de pobreza relacional, de falta de redes, de vacío afectivo, de desesperanza. Muchas personas llegan a estos extremos no por gusto, sino porque sienten que no tienen otra salida. El contenido extremo en redes no surge en el vacío. Se gesta en contextos de vulnerabilidad, de exclusión, de falta de oportunidades. Y por eso, desde el sector social, no podemos limitarnos a mirar estas historias como simples anécdotas virales. Son alertas. Son síntomas de un sistema que ha fallado, y que encuentra en lo digital su escenario más crudo.

Las plataformas no inventan la miseria, pero la amplifican. La monetizan. La convierten en entretenimiento. Y si no somos críticos con ello, acabaremos formando parte del engranaje. Porque el coliseo digital no necesita leones, solo espectadores pasivos con tarjeta de crédito. Desde el tercer sector, desde lo social, tenemos una responsabilidad urgente y es que debemos poner el foco en las nuevas formas de exclusión, de violencia, de explotación digital. Promover espacios seguros. Exigir regulación. Generar narrativas alternativas que no conviertan el dolor en contenido viral.

Porque mientras hablamos de brechas digitales, hay otras brechas –emocionales, económicas, éticas– que se están abriendo en directo, ante millones de ojos que no siempre quieren ver. Y si no actuamos ahora, serán esas brechas las que nos engullan.

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